Tú ya
sabes que las personas que conoces por casualidad resultan ser las mejores, y
lo sabes tú, y lo sabe él, y aquel de más allá. Las casualidades resultan ser
lo mejor que te pasa en la vida. Suelen ser inesperadas y especiales, y eso es
lo bonito de ellas. Son esas personas que encuentras en las situaciones más
caóticas de tu vida, aquellas personas que revolucionan tu mundo, las que
aparecen en ese preciso momento en el que tienen que aparecer, porque si no
hubiesen aparecido justo ahí, te hubieras caído. Ese momento, el preciso, el
exacto, el idóneo, el momento justo. Las casualidades me hacen pensar, me
desequilibran, rompen mis reglas, y sobre todo, me hacen crear vínculos muy
fuertes con esas personas que llegan por eso, por mera casualidad. Nadie sabe
cómo acabarán esos vínculos, pero yo apuesto porque cada día se hagan un
poquito más fuertes. Personas que se preocupan por ti, con grandes corazones,
que están pendientes, que insisten, te preguntan cosas que hacía años que nadie
se preocupaba por ellas. Cada vez que escribes algo al aire, te preguntan qué
pasa. Y eso, eso se valora hasta términos indescriptibles: el interés por ti.
Aparecen.
De la nada y de la noche a la mañana. Aparecen para que cuando te sientas
abandonada y sola, cuando no encuentres tu sitio en el mundo, estén ahí para
hacerte ver que no estás sola. Y eso, eso no se puede agradecer ni con
palabras, ni con gestos ni con el paso del tiempo. Porque creedme cuando os
digo que eso no se puede explicar. Son casualidades. O algo también llamado
destino.