Solamente queda el último esfuerzo, y las últimas esperas a
las ocho menos veinte de la mañana. No sé si seguirán existiendo esos jueves
odiosos o esos martes a las ocho. No sé si seguirán esas ojeras, o si seré
capaz de no coger ese mismo autobús que llevo cogiendo tantos años, el mismo, a
la misma hora. Lo que sí sé, es que estoy en la mitad de esta aventura, y que aún
me quedan aviones que coger y carreteras que descubrir.
He visto la evolución de todas y cada una de esas personas,
como tropiezan, como se levantan, y como vuelven a tropezarse. Como vamos
creciendo y dejamos de intercambiar cromos para intercambiar consejos, abrazos,
sonrisas, apoyo. Como pasan los inviernos y se abandonan los veranos, como se
han ido añadiendo años al calendario, y como vamos cambiando.
He intentado arrancar todos esos años únicamente para tratar de guardarlos para siempre, y he perdido el interés por cada uno de los nuevos
que intentarán conocerme. He dejado todo este último año en un cajón y he
llegado a la conclusión de que no quiero que se pierda nunca.
Da la casualidad de que me he puesto a pensar en ese preciso
rincón de pensar, y no me ha servido de nada. De nada, menos para darme cuenta
de que sólo queda un mes de querer más que nunca a quién de verdad se merece
que le quieran.
Parece que fue ayer cuando me puse por primera vez esa falda.
Ayer sólo quería comerme el mundo, ahora estoy empezando a crecer.