Vuelvo a ti. Vuelven
tus palabras. Vuelve tu manera de hablar. Vuelve tu forma de reír. Vuelvo a tus
ganas. Vuelvo a las mías.
Vuelves.
El dónde y cuándo se funden en uno. Y en un instante
enormemente corto pero que dura más que
cientos de años, volvemos a ese momento.
Jamás tendré la satisfacción plena de haber escrito
suficiente sobre aquello, de haber comprendido por enésima vez el quién y sobre
todo el por qué, ni de haber pensado suficiente sobre la última letra de tu
nombre.
Yo sólo quería complicarme la vida, pero tú no terminabas de
encontrar la manera de complicármela. A lo mejor es que calé demasiado hondo tu
toalla, y al final quedó empapada. Nunca me lo ponías difícil, y aún así no había
manera de, al menos, comprender alguna de todas esas infinitas palabras que
tenías.
No había nada que comprender en tu mirada, porque tres veces
te has atrevido a mirarme directamente. Y las tengo contadas.
¿Y sabes? Sobre todo en los días de verano, estas noches de
verano, sigo escuchando sobre ti, y deseando que vuelvas. Pero sólo un pequeño
rato. De ti jamás voy a querer un siempre.
Volver a escucharte es volver. Volver a todo aquello. Y ni
si quiera tengo claro que lo quiera.
Vuelvo, me miro al espejo y
veo mi yo de antes, y tu tú de aquel entonces. Y me gusta más de lo que me gustaba en ese
momento. Ahora lo comprendo. Cada vez más, pero cada vez menos. No somos ni tú
ni yo.
Al final somos nosotros sin ser ninguno. Y sigo sabiendo que
no puedo perdonarte esas formas de tratarme a veces. Nunca has sabido hacerlo.
Pero jamás volarás de mi imaginación. Y en el fondo sé que
nunca conseguirás dejar de inspirarme. Y que jamás te diré esas dos cosas que
siempre estoy a punto de decirte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario